sábado, 2 de octubre de 2010

Un mundo feliz

Cuando en mi adolescencia leí por primera vez la famosa novela de Aldous Huxley, Un mundo feliz, pensé que aquel no era realmente "un mundo feliz" porque privaba al hombre de uno de sus más preciados dones, la libertad. Uno no elegía su destino, sino que era programado, ya desde antes de su nacimiento, para ser lo que era y, además, desearlo. Sólo el personaje del salvaje era libre, y se horrorizaba al conocer ese "mundo feliz".
Pero ahora, hoy, ya no estoy tan segura de pensar así, con algunos matices, por supuesto. Es cierto que no se es feliz deseando ser aquello que, como dijo Eugenio Trías al contrario, no estás llamado a ser. Es cierto que no todos podemos ser ganadores. Para que existan triunfadores se necesitan perdedores.  Mirado desde este punto de vista esa sociedad conformada como la que describe Huxley en su libro realmente es un mundo feliz, porque en ella hay ganadores, los llamados "alfas" y "betas" incluso. Pero también esa sociedad feliz necesita perdedores, o personas menos afortunadas, son los "épsilon", que nacieron (fueron creados) así, para desempeñar los oficios que nadie quiere hacer, sólo que ellos no desean ser otra cosa, y por lo tanto son felices.
La conclusión está clara: la ausencia de deseo y emociones es lo que lleva al hombre a la felicidad. El deseo es lo que nos hace infelices.
Yo matizaría esa conclusión: lo que nos hace desgraciados son los sueños irreales, las vanas esperanzas.
Lo mejor para evitarlo no es no tener esperanzas o sueños, sino lo que dijo Sócrates: "conócete a tí mismo". Si sabes lo que eres, cómo eres, lo que puedes llegar a ser, podrás tú mismo saber  hasta dónde puedes llegar y saber también hasta dónde puedes desear. Ahí está, pienso yo, la verdadera felicidad. Más allá, sólo la frustración.
La novela de Huxley planteaba una buena receta de la felicidad, no desear más de lo que realmente eres, y hasta ahí considero que estaba en lo cierto. Lo terrorífico era que no era una elección libre, aunque bien pensado tampoco lo es para nosotros. Yo no he elegido libremente ser como soy (no hablo ahora de moralidad, pues obrar bien o mal sí se puede elegir) sino que algo (Dios, la naturaleza, la genética, el azar...) eligió por mí.
En el libro de Huxley son otros hombres los que hacen esa elección, en función de lo que la sociedad necesita, y a través de la manipulación genética crean nuevos hombres, que serán felices haciendo aquello para lo que han sido creados. El conjunto de la sociedad, a su vez, también será feliz, teniendo cubiertas todas las necesidades.
Lo terrible, lo abominable es que la elección de lo que otro hombre debe de ser y será, sea humana. Es el tomarse el derecho de limitar así a otro ser humano,  y convertirlo, de esa forma, en un instrumento, un medio, privándolo de ser un fin en sí mismo, capaz de elegir, incluso a riesgo de cometer errores y por tanto de ser infeliz, su propio destino.
El hombre, igual al hombre, no puede hacer eso, es inmoral.
La naturaleza, Dios, el azar, ese algo (ausente de moralidad) sí puede, y debe, hacerlo, pues ahí radica nuestra supervivencia.
Todos somos iguales (especie) pero no todos somos iguales (individuo).
Quizás en nuestra sociedad hallamos olividado lo que somos como especie, eligiendo el camino del individualismo, camino que lleva a la destrucción, porque nos hace egoístas, recelosos, desconfiados, pero pienso que un mundo que olvide nuestra individualidad tampoco puede ser perfecto.
Quizás la verdadera armonía, la verdadera felicidad la encontremos cuando hallemos el equilibrio entre especie e individuo.
Ese sería, al fin, un mundo feliz.

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